Los Biomas del Mundo
Las grandes subdivisiones de la biosfera
La cualidad más relevante del ecosistema estriba
en su independencia energética, su autarquía, ya que se conjugan en el
marco de esta categoría ecológica todos los eslabones necesarios para
constituir un ciclo energético completo. El ecosistema viene a ocupar
entre todas las categorías de organismos ecológicos un lugar principal
porque representa la unidad de convivencia energéticamente autárquica
más pequeña. Por debajo de este lugar en el escalafón no se encuentran,
en consecuencia, combinaciones de organismos y ambientes capacitadas
para desarrollar un ciclo completo de transferencias energéticas. Sin
embargo es posible construir, en un plano abstracto, unidades ecológicas
superiores de mayor cuantía. Es así como se agrupan todos los
ecosistemas de estructura y organización semejante bajo el concepto de "bioma", término propuesto por el ecólogo vegetal norteamericano Clements en 1916.
Un bioma es una comunidad de plantas y animales con formas de vida y condiciones ambientales similares
e incluye varias comunidades y estados de desarrollo. Se nombra por el
tipo dominante de vegetación; sin embargo, el complejo biológico
designado bajo el término de bioma engloba también al conjunto de
organismos consumidores y detritívoros del ecosistema. El conjunto de
todos los biomas viene a integrar por último la biosfera.
Los biomas no se distribuyen en forma aleatoria
sino, por el contrario, con una cierta regularidad tanto en el plano
horizontal (o mejor dicho, en latitud) como en el vertical (altitud).
Distribución según la latitud
Biomas terrestres
La distribución de los grandes biomas terrestres
según la latitud está primeramente condicionada por la de los climas;
los restantes factores abióticos intervienen ya en mucha menor cuantía.
Si caminamos del ecuador a los polos, podremos
observar una cierta simetría en el gradiente de biomas atravesados en
cada uno de los dos hemisferios.
Los bosque pluviales tropicales o selvas
alcanzan su máxima extensión en el ecuador y forman una banda casi
contínua dentro de la zona intertropical. Son las regiones de la
biosfera que reciben la máxima cantidad de insolación; además el flujo
solar es prácticamente constante a lo largo del año. Las precipitaciones
que recibe la selva tropical son superiores a 1,500 mm. Estos bosques
están caracterizados por la predominancia de árboles gigantes con hojas
de gran superficie. También las lianas (plantas trepadoras) y epifitas
que crecen sobre troncos y ramas constituyen grupos dominantes y típicos
de estos ecosistemas.
Ningún otro ecosistema terrestre alberga una
cantidad de biomasa tan elevada como la selva tropical. Tanto la
densidad de materia viva como la diversidad de especies son máximas en
comparación con el resto de los biomas terrestres. El bosque pluvial
tropical alcanza su máxima extensión en una zona comprendida entre los
10º de latitud N y S.
Si nos alejamos fuera de estos límites, la pluviometría se reduce rápidamente dando lugar a la aparición de estepas – llamadas sabanas
en África y América –, que aunque en principio incluyen un estrato
arbóreo abierto, van haciéndose cada vez más pobres en plantas leñosas a
medida que nos apartamos del ecuador. En las sabanas, el estrato
herbáceo de este bioma está formado por gramíneas que alcanzan a veces
más de un metro de altura. En África, la abundancia de las herbáceas
durante la estación húmeda permite la multiplicación de los ungulados de
gran tamaño: cebras, búfalos, antílopes, gacelas y otros herbívoros. La
biomasa de los mamíferos llega a alcanzar valores inigualables: en
ninguna región del mundo aparece espontáneamente tal concentración de
grandes mamíferos.
Los desiertos,
cuya extensión máxima se establece al nivel de los trópicos, suceden a
la sabana sin transición neta. Vienen caracterizados por las mínimas
precipitaciones que reciben, inferiores a los 200 milímetros/año, y por
el elevado grado de aridez, tanto más grande cuanto menores y más
irregulares son las lluvias: en las zonas hiperáridas de la biosfera
llega a haber más de doce meses seguidos sin agua. La cubierta vegetal
es escasísima y está constituida por plantas vivaces leñosas y xerófilas
o por anuales de período vegetativo muy corto. Las partes subterráneas
de estos vegetales están muy desarrolladas como adaptación a la extrema
sequía y a la poca variación de temperatura. La biomasa es, por
consiguiente, muy pequeña, igual o inferior a unas 20
toneladas/hectárea, y pobre la diversidad de especies.
Más allá de los 30º de latitud la pluviometría
vuelve de nuevo a ascender, de forma que las comunidades se diversifican
y su biomasa vuelve otra vez a ser considerable.
Los ecosistemas mediterráneos, muy variados y
complejos, corresponden a zonas templado-cálidas caracterizadas por un
período más o menos largo (que supera en ocasiones los cuatro meses) de
sequía estival. Las precipitaciones, a menudo torrenciales, se
distribuyen principalmente durante los equinoccios de primavera y otoño.
Aparecen estos biomas en ambos hemisferios entre los 30º y 50º de
latitud, principalmente en torno al mar Mediterráneo, desde Marruecos y
la Península Ibérica hasta el Cáucaso, pero también en otras regiones
del mundo como Australia, Chile y en el Oeste de Estados Unidos.
Las formaciones potenciales de estos ecosistemas son los bosques esclerófilos (con dominancia de especies vegetales con hojas perennes duras y gruesas como los géneros Quercus y Eucalyptus), aunque en algunas ocasiones lo son de bosques perennifolios de coníferas.
El hombre ha favorecido esta última formación ampliando notablemente
los pinares en la región mediterránea. Cuando el bosque esclerófilo se
degrada se transforma generalmente en formaciones arbustivas
(chaparrales, maquis o garrigas) de carácter xeromorfo.
Las regiones templadas, situadas en latitudes
medias, están ocupadas fundamentalmente por dos biomas. En primer lugar,
en aquellas regiones con abundante pluviometría los inmensos
ecosistemas forestales que allí se establecen están caracterizados por
la presencia de especies de hoja caduca .
Este bioma de los bosques caducifolios templados
cubría antiguamente toda la Europa templada (incluso la parte
meridional de Escandinavia) desde el Atlántico hasta la vertiente
siberiana del Ural, China septentrional y central y las regiones del
continente norteamericano situadas al este desde el meridiano 100 hasta
la latitud de Saint-Laurent. Estos ecosistemas son, por el contrario,
casi inexistentes en el hemisferio sur (salvo en Australia y Nueva
Zelanda), debido a la escasez de tierras emergidas más allá del paralelo
40º S.
En Europa este bioma está representado por
bosques de robles y hayas, según las variaciones locales en humedad
atmosférica, dentro de los que se encuentran otras especies menos
abundantes como tilos y arces. El bosque caducifolio templado, de
diversidad de especies bastante elevada, posee una clara estratificación
arbustiva y herbácea. Las especies que componen estos estratos poseen
cortos períodos vegetativos y están adaptadas a las particulares
condiciones del subsuelo del bosque que permanece sometido a una intensa
penumbra desde el comienzo de la estación cálida por la rápida e
intensa entrada en foliación de las especies arbóreas.
El bosque caducifolio templado alberga una
importante biomasa que, no obstante, es inferior a la de los biomas
tropicales. El robledal puede llegar a tener más de 400 toneladas en
materia viva por hectárea, mientras que la selva tropical supera las 500
toneladas/hectárea.
En las zonas templadas en que las precipitaciones
son insuficientes para permitir el desarrollo de los árboles, en lugar
de bosques aparecen enormes estepas, muy frecuentes en el hemisferio boreal. La «pradera» norteamericana es un buen ejemplo de este bioma, caracterizado por la predominancia del estrato herbáceo de gramíneas.
Los suelos de las estepas presentan grandes
diferencias con los de los bosques templados establecidos en análogas
latitudes y sobre unos mismos substratos geológicos. Son mucho más ricos
en humus que los suelos forestales equivalentes; en efecto, por causa
de la brevedad del ciclo vegetativo de las plantas herbáceas, se produce
una importante acumulación de materia orgánica, de tal forma que la
humificación es más fuerte que la mineralización. Además, y en razón del
clima, la evaporación es superior a la pluviometría, lo que se traduce
en una ausencia de lixiviación y en una acumulación de sales minerales –
particularmente de calcio y potasio – en las capas superficiales. No es
raro por consiguiente, que ciertos suelos de estepa como los chernozem
(tierras negras de Europa oriental Y América del Norte) figuren entre
los más fértiles del globo.
Las estepas de las zonas templadas, antaño
pobladas por grandes herbívoros, han sido desde hace mucho tiempo
utilizadas por el hombre para el pastoreo o para el cultivo de cereales
en aquellas zonas en las que la pluviometría lo hacía posible. La
sobreexplotación de estas regiones estépicas ha conducido hacia la
degradación irreversible de estos ecosistemas y a su transformación en
desiertos.
La taiga o bosque boreal (subárctico) de coníferas
es uno de los más importantes biomas del hemisferio norte. Cubre el
escudo siberocanadiense a lo largo de una docena de millones de
kilómetros cuadrados, extendiéndose aproximadamente entre los 45º y 57º
de latitud norte. No obstante, sobrepasa localmente el círculo polar en
Alaska, en Siberia y en Escandinavia.
El bosque boreal de coníferas se establece en
unas regiones en las que las precipitaciones son bastante débiles (entre
400 y 700 mm), pero distribuidas a lo largo de todo el año, con un
máximo estival. A causa de las condiciones climatológicas y de la
cubierta vegetal, los suelos boreales, en permanente lixiviación, son de
pH ácido y pobres en cationes, sobre todo en los horizontes superiores
del suelo, en los que se acumula la materia orgánica. La diversidad de
especies de este bioma es bastante reducida y su biomasa, inferior a la
de otros sistemas forestales, aunque no obstante alcanza las 250
toneladas/hectárea.
La tundra
es el bioma que ocupa las regiones comprendidas entre el límite natural
de los árboles hacia los polos y las zonas parabiosféricas árcticas y
antárcticas. Su distribución es casi enteramente boreal por causa de la
ya comentada escasez de tierras emergentes entre el paralelo 45 y la
Antártida, en el hemisferio austral. Ocupa sobre todo territorios
situados más allá del círculo polar en el antiguo continente, pero
desciende por bajo de los 60º N en Alaska y Labrador.
La tundra está formada por un mosaico de
ecosistemas cuya composición botánica está condicionada por factores
edáficos y climáticos. La brevedad de la estación vegetativa (sesenta
días de media) y la parquedad de las temperaturas estivales (siempre por
debajo de 10º C) constituyen sus principales factores limitantes. A
causa de la gran duración del período invernal y del rigor de las
temperaturas, el suelo de la tundra (permafrost) está helado
permanentemente en profundidad, sólo unos cuantos decímetros de las
capas superficiales pueden deshelarse durante el exiguo verano. Esta
estructura y génesis edáfica impide el drenaje de las aguas
superficiales y origina formaciones particulares de estas regiones
árcticas como los suelos poligonales.
La composición florística de los ecosistemas es
poco diversificada, y varía localmente según la latitud, las
precipitaciones y otros factores ecológicos. Las plantas arbustivas
(brezos, sauces y abedules enanos) aparecen en las zonas menos
septentrionales y frías. En otras situaciones son plantas herbáceas –
gramíneas y Carex principalmente – y criptógamas – como los líquenes del género Cladonia
– los que se establecen y sirven de alimento a los herbívoros (renos y
caribús). La biomasa es pequeña, del orden de 30 toneladas/hectárea, es
decir apenas superior a la de los desiertos. Como en éstos últimos,
aunque por causas climatológicas muy distintas, el estrato subterráneo
es muy importante.
Biomas marinos
A pesar de que la zonación en latitud de los
biomas se presenta como algo claramente definido cuando se estudia su
distribución sobre la superficie de los continentes e islas, no ocurre
lo mismo con lo que respecta al estudio de la hidrosfera.
A causa de la isotropía del medio acuático, los
factores físico-químicos varían mucho menos y de forma más lenta que en
el medio terrestre. Los fenómenos de convección y difusión de sustancias
solubles, junto con las corrientes marinas, aseguran una cierta
uniformización de los factores abióticos, lo que limita el número de
hábitats posibles y hace difícil la distinción de biomas. Los
oceanógrafos no utilizan desde luego este término. Las variaciones
climáticas tienen menor amplitud en la hidrosfera que en los ecosistemas
terrestres, lo que también hace aleatoria la existencia de una zonación
neta en latitud de las biomasas de las diversas comunidades oceánicas.
Tan sólo algunas biocenosis presentan zonación latitudinal. Este es el caso de los arrecifes de coral
para cuyo desarrollo se necesitan temperaturas altas en el agua,
superiores a los 20º C, lo que justifica la estricta localización de las
madréporas en la zona intertropical. También las biocenosis
circumpolares están localizadas en latitud y caracterizadas por especies
adaptadas a las aguas frías.
Realmente, al mismo nivel que la luminosidad y
más todavía que el de la temperatura, la concentración en fosfatos y
nitratos del agua marina, constituyen un factor limitante primordial
para el desarrollo de las biocenosis oceánicas. Esto ocurre también en
los ecosistemas lacustres: estanques, lagos, etc. El papel esencial que
estos elementos minerales juegan puede intiurse sin más que citar el
suceso, aparentemente paradójico, de que los mares árcticos y
antárcticos, a pesar de sus bajas temperaturas, tienen las biomasas más
elevadas entre las que pueden encontrarse en la hidrosfera. La
explicación es bien simple: la fusión del hielo en primavera engendra
corrientes de superficie que provocan indirectamente la ascensión de
aguas profundas cargadas de bioelementos. Como resultado inmediato se
produce una increíble proliferación fitoplanctónica desde los primeros
momentos de la estación favorable, y junto con ella la aparición de
numerosos vertebrados e invertebrados atraídos por las óptimas
condiciones creadas para su nutrición.
En términos generales, las mayores
concentraciones de materia viva y las biocenosis más ricas se encuentran
al nivel de la plataforma continental cualquiera que sea su latitud.
Estas zonas están siempre próximas a la desembocadura de los ríos que
descargan en ellas los nutrientes y sedimentos extraídos y
transportados, lo que implica un importante flujo de fósforo y
nitrógeno. Por eso no es sorprendente el que los estuarios y marismas se
encuentren, junto con las aguas litorales polares y los arrecifes de
coral, entre las regiones oceánicas de mayor biomasa.
Por el contrario, las aguas azules tropicales,
muy pobres en bioelementos, son casi desérticas y albergan una débil
biomasa, a pesar de la considerable diversidad de sus biocenosis.
Zonación en altitud
En función de la altitud, la zonación de la
biosfera está todavía más definida que en latitud. Desde el fondo de las
profundidades oceánicas hasta la cima de las más altas montañas,
presenta una sucesión de medios muy diferentes.
El dominio oceánico se extiende desde las fosas
más profundas (aproximadamente 11,000 m) hasta la cota 0 (superficie de
los mares). La profundidad media es de 3,800 metros. La existencia de
una plataforma continental, delimitada por una brusca ruptura de la
pendiente (talud continental) situada hacia los -200 metros permite
distinguir: una provincia nerítica, con concentraciones en bioelementos muy variables según los aportes fluviales y otros factores, y una provincia oceánica,
más alejada de las costas, con aguas de gran constancia fisioquímica y
con profundidades por encima de los 200 metros. Esta última ocupa una
superficie igual a los 9/10 de la oceánica total.
Más importante es todavía la distinción entre zonas eufótica y disfótica:
- La zona eufótica corresponde a la región en la
que penetra la luz y en la que por consiguiente es posible la
fotosíntesis. Todos los organismos autótrofos (algas y fitoplancton) se
concentran en estas aguas que no sobrepasan generalmente los 100 metros
de profundidad, tanto en los océanos como en los lagos continentales más
transparentes. Tan sólo pues una pequeña capa superficial es
responsable de toda la producción primaria del medio acuático.
- La zona disfótica, que se extiende por
debajo de los 100 metros está caracterizada por una permanente oscuridad
y desprovista por tanto de organismos autótrofos. Los heterótrofos –
principalmente invertebrados – se nutren a expensas de la materia
orgánica sintetizada por los productores de las capas superficiales, que
alcanza estas profundidades en forma de cadáveres y restos de la
excreción de los organismos de la zona eufótica, en perpetua
sedimentación hacia los fondos abisales.
La zonación vertical de las biocenosis terrestres
aparece muy netamente en las regiones continentales de relieve acusado.
Desde muchos puntos de vista, la distribución en altitud de las
comunidades ecológicas es muy parecida a la distribución latitudinal de
los principales biomas. La extensión vertical máxima de la biosfera se
alcanza en las regiones ecuatoriales y disminuye progresivamente hasta
el nivel del mar en las zonas polares.
El límite superior de los vegetales
fotosintéticos está situado entorno a los 6,000 metros de altitud. Por
encima de este nival entramos en la región de nieves eternas. Para los
humanos, el límite superior de su hábitat se sitúa en la región de las
praderas alpinas, a 5,200 metros de altura (en los Andes). La pradera
alpina es una tundra de montaña, desprovista de árboles; está ocupada
por hierbas o sufrútices (=plantas semejantes a arbustos, generalmente
pequeñas y solo lignificadas en la base) de porte almohadillado. Las
especies vegetales que allí se establecen están adaptadas a las
particulares condiciones climáticas reinantes (gran insolación,
variaciones térmicas de marcada amplitud, menor presión atmosférica,
etc.).
El límite superior de los bosques se encuentra a
4,500 metros, aunque realmente éstos raramente superan los 4,000 metros,
incluso en las regiones ecuatoriales. La actividad agrícola tampoco es
posible por encima de los 4,500 metros, ni siquiera en las zonas
tropicales. La altitud media de los continentes – 875 m – corresponde
pues con la zona de desarrollo óptimo de bosques, praderas y cultivos,
ecosistemas éstos de importancia relativa en función de la región
considerada.
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